Comentario
Tanto la Europa báltica como la danubiana se mantuvieron, durante la segunda mitad de siglo, en estado de guerra permanente. La inexistencia de una hegemonía definitiva permitía la supervivencia de un sistema de equilibrio entre países en un estado de guerra casi perpetua, incapaz de definirse en una u otra dirección. La decadencia de las antiguas grandes potencias -Polonia-Lituania, el Imperio otomano, los Habsburgo de Viena- les impedía mantener con satisfacción una política agresiva, aunque, unos mejor y otros peor, lograban resistir a los ataques exteriores. En el Imperio ruso, por su parte, el asentamiento de los Romanov en el trono le permitió reiniciar el expansionismo territorial, que, sin embargo, sólo tendrá resultados a finales de siglo.
En el Báltico, Suecia había logrado efectivamente convertirse en la potencia hegemónica tras la guerra del Norte, pero a cambio del agotamiento económico y humano que la continuación de la política expansionista no hará más que agravar. El resultado será la progresiva enajenación de gran parte del dominio real en favor de la gran nobleza, con la consecuente refeudalización de la sociedad y debilitamiento de la Monarquía, que serán visibles en el siglo siguiente. Por otra parte, el reformismo económico y la afirmación del poder monárquico en Dinamarca no son suficientes, sin embargo, para hacerle recuperar una posición de primacía en la región. Y las aspiraciones expansionistas de Brandeburgo habrán de esperar al siglo siguiente para que den como resultado una importante potencia militar.